Querid@s,
como considero que lo que Juan Marqués dice en esta entrada del Blog La tormenta en un vaso está bien escrito, y además habla claramente del libro que termino de leer
Muerte de un apicultor de Lars Gustafsson,
para recomendaros -tanto el libro de Editorial Nórdica, como el Blog- hago como los "malos alumnos",
y con todo el respeto, paso a practicar el "corto y pego" de cierta parte del artículo:
Ese relato, en el que, entre otras cosas, la humanidad descubre que Dios no era un padre sino una madre, adquiere una especial relevancia al estar escrito, dentro de la ficción, por alguien que va a morir, alguien escéptico y materialista que por otra parte “nunca había comprendido hasta ahora que toda la posibilidad de sentirnos, experimentarnos a nosotros mismos como algo compacto y ordenado, como un yo humano, está relacionada con la existencia de una posibilidad de futuro. La idea entera del yo descansa sobre la certidumbre de que también habrá mañana” (p. 109). O que se hace consciente de que “en el universo nadie está en su casa” (p. 183).
Siendo una novela fúnebre, tan definitivamente crepuscular, Muerte de un apicultor tiene la mala suerte de aparecer en las librerías a la vez que esa Elegía de Philip Roth(Everyman en su muy superior título original) que ha de ser ya considerada un hito dentro del género, pero también es curioso comprobar cómo las reflexiones de ambos relatos alcanzan a veces conclusiones casi idénticas: si el anónimo protagonista de Roth bromea amargamente con la posibilidad de escribir unas memorias simplemente tituladas Vida y muerte de un cuerpo masculino, el sueco comprende que “no soy más que un cuerpo. Todo lo que tengo que hacer, todo lo que me es posible hacer, sólo lo puedo hacer dentro de este cuerpo” (p. 137). Ambas novelas deberían ser leídas por todos aquellos que busquen libros que traten de las cosas verdaderamente importantes, y que lo hagan de una forma cruda, sin concesiones ni eufemismos, afrontando la realidad final como es, sin negar por ello —más bien al contrario— lo que la vida tiene de milagroso o de sorprendente, lo que el bíblico Libro de la Sabiduría llamó “nuestra porción y nuestra suerte”.
Algún lector podría confundirse o desconcertarse al leer cómo la última línea de la novela, el último apunte de su falso autor afirma que “siempre cabe esperar”, en lo que podría interpretarse como una última posibilidad de salvación, de redención, de vida..., como un final casi optimista para una novela naturalmente trágica. No creo que esa sea la intención de Gustafsson, sino tal vez una última broma casi macabra, una cruel ironía hacer escribir eso a alguien que inmediatamente después va a desaparecer. O quizá sea otra forma de sorprenderse y sorprendernos comprobando cómo es (cómo somos) cada hombre, incluso en los últimos minutos de existencia, realmente incapaz de concebir su propia extinción. “El hombre, ese curioso animal que vacila entre el animal y la esperanza” (p. 173).
¡Salud y risas!