Amigos, aquí os dejo mi artículo sobre el Pensamiento de Antonio Machado aparecido en el n´º6 de la estupenda REVISTA CRÁTERA
EL
POETA ES UN PENSADOR (Sobre el pensamiento de Antonio Machado)
1. Al andar se hace camino. A modo
de Introducción.
Las razones de
comenzar este artículo con un título como El
poeta es un pensador,
paralelo, como puede verse, a aquel El
poeta es un fingidor, título de la Antología
sobre Fernando Pessoa que realizase el ensayista y también poeta español Ángel
Crespo, donde se recoge, además de uno de los versos clave de su autor, la idea
y la visión pessoiana del poeta como aquel que simula, finge o supone ser otro
en contextos y cosmovisiones diferentes; no solo tienen que ver con el debate
de si Antonio Machado debe ser considerado más poeta o más filósofo, o como más
adelante se defenderá, un Pensador que basa toda su obra en la importancia de
la heterogeneidad del ser, sino que
con ello, se quiere citar y recordar también a otros poetas y/o pensadores como
José Ortega y Gasset o Soren Kierkegaard, quienes también han utilizado la idea
de lo apócrifo y los pseudónimos. Por ello, y al paso de sus propias palabras, voy
a considerar aquí, todo lo que tiene que ver con Machado y su búsqueda de
personajes apócrifos para expresar mejor lo que piensa: Abel Martín, Juan de
Mairena, Jorge Meneses, Joaquín García…, del mismo modo a como viene haciéndose
por la crítica en el caso del poeta portugués, en el que esta diversidad
aparece centrada en el mundo de los heterónimos: Alberto Caeiro, Álvaro Campos,
Ricardo Reis…
No debemos olvidar
que la palabra apócrifo es de origen
griego y significa lo mismo que “absconditus” en latín; de ahí que en el
lenguaje común, apócrifo se refiere a
lo supuesto o lo fingido, por lo que una filosofía de lo apócrifo será la que
desvela por medio de la imaginación eso que está oculto, por ello para Machado
el mundo en que se vive es apócrifo, dado que la razón y la lógica se han
impuesto a la realidad construyendo su propia verdad, esto es, inventándola.
Así, tanto un poeta
como el otro, y en lugares distintos, deslizan su pensamiento de forma
diferente desde los diversos personajes
y lugares literarios que utilizan,
pues en ambos “multiautores” la relación
psicología-pensamiento-discurso-poética se enriquece tanto en la diversidad
como en la especificidad y peculiaridad de cada uno de los estilos de lenguaje,
- a esto del estilo iremos más adelante- trabando a lo largo de su obra una
cosmovisión del mundo que está en función de esa elección y consideración
heurística por la diversidad, siempre fundamental como referencia para cualquier
enamorado del conocimiento y del aprendizaje.
Desde aquí, es
interesante reconocer lo agradable que resulta para alguien que desee conocer
la obra de un autor, poder indagar, desde la diversidad que esto supone, en lo
otro y lo oculto, lo apócrifo y lo heterónimo: “El ojo que ves no es / ojo
porque tú lo veas / es ojo porque te ve”, escribe el poeta, reconociendo la
importancia que para el propio autor tiene esta función heurística y
hermenéutica para la comprensión de sí mismo a partir de varios lugares
diferentes de referencia; así, dicen los versos de don Antonio:
“Para escuchar tu
queja de tus labios / yo te busqué en tu sueño, / y allí te vi vagando en un
borroso / laberinto de espejos.”
El propio José
Saramago comenta, respecto de su novela El
año de la muerte de Ricardo Reis, la necesidad que sentía de escribir esa
obra para fundir a Pessoa con Reis, y así hacer que el poeta se pudiera expresar
a sí mismo en uno solo, en el poeta unitario que él había conocido en Reis,
antes de saberlo y conocerlo como heterónimo de Pessoa.
Con Antonio Machado
estamos en el caso contrario, esto es, en la necesidad de fundir lo diverso
para conocer la unidad. No olvidemos que la imaginación, y no la fantasía qué
es otra cosa, es la facultad fundamental del hombre y por falta de ella se
puede llegar a mentir, dado que el hombre es el hacedor de su propia verdad;
verdad que se inventa, y por eso, todo el mundo es apócrifo; lo que pasa es que
unos lo saben y otros no. Será Machado quien indagando en su realidad personal
lo aclare al escribir: “Busca tu complementario / que marcha siempre contigo, /
y suele ser tu contrario”, o en aquellos otros versos: “Mas busca en tu espejo
al otro / al otro que va contigo”
Vemos, pues, lo necesario
que, para avanzar en esta reflexión, resulta mirar en el cuarto de atrás del
pensamiento de cualquier autor multiplicado en sus personajes, ya sean
apócrifos o heterónimos, pero haciendo
y re-haciendo su pensamiento a través
de un caleidoscopio controlado, mejor que desde una planificación filosófica ya
prevista.
Igualmente será el
propio José Ortega y Gasset, filósofo de marcada personalidad unitaria
relacionado desde este y otros puntos de vista, con Unamuno y Antonio Machado, -no
olvidemos aquí la importancia que tuvo la publicación de Del sentimiento trágico de la vida unamuniano en la génesis de las Meditaciones del Quijote orteguianas de
1914, y la cercanía, por ejemplo, de don Antonio y sus versos al joven
meditador José Ortega y Gasset cuando
escribe: “A ti laurel y yedra / corónente, dilecto / de Sofía, arquitecto…”. Será
Ortega, como decíamos sobre esto, y a pesar de la ceguera de alguno de sus
“cazaconceptos”, otro de los autores que
desde el principio de su obra, y ya en 1903, utilice los apócrifos o firmas
fingidoras para personalizar sus escritos y reflexiones. Así, el apócrifo o
personaje más relevante de Ortega, Rubín de Cendoya, aparecerá por primera vez
en un artículo de la Revista Helios
en diciembre de 1903, o lo veremos firmando como R. en El Imparcial, en enero de 1906, o en el importante artículo Pedagogía del paisaje firmado por Ortega
en El Imparcial el 17 de septiembre
de 1906 y en el que se refiere a Rubín de Cendoya como un místico que le sirve
de referencia para expresar lo que quiere decir. En otras muchas ocasiones a lo
largo de 1905 y 1906 el filósofo madrileño firmará sus artículos de El Imparcial como O., A. (Arquero), o
X.Z., de ahí que el profesor Agustín Andreu exponga: “Rubín de Cendoya es a
Ortega lo que los apócrifos a Machado. Rubín de Cendoya es Ortega pensando para
sí, sintiendo para sí. Se lo está permitiendo a sí mismo el joven Ortega,
porque necesita saber quién es. (Por entonces, aclara en nota el crítico, la
lógica machadiana se presentaba ya con la metafísica de Ibn Arabí unificando
las miradas humanas).”
Para completar las
razones del título de esta Introducción
y desde el verso de Pessoa, El poeta es
un fingidor, quiero recordar el verso machadiano: “Al andar se hace camino”
porque entiendo con su autor y desde su diversidad, que el pensamiento poético
no está hecho, no consiste en un sistema consolidado, no está pendiente de un
futuro programado o de una meta determinada, sino que por el contrario es algo
que de forma persistente “se va haciendo” en forma de diálogo
continuo consigo mismo: “Converso con el hombre que siempre va conmigo” , pues de
ese modo es como “se hace camino al andar”:
“Por estos campos
de la tierra mía, / bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, / triste,
cansado, pensativo y viejo /”
O como en este
sentido recuerda el poeta de la Generación del 50, Claudio Rodríguez: “el
hombre está en sazón, esperando a que las cosas se den a la contemplación viva,
para trascenderse en poesía, que es un don.”
Quiero aclarar igualmente,
que la razón de hacer esta reflexión sobre Antonio Machado, además de por su
incuestionable importancia y eterna fuente de aprendizaje para el lector de su
obra, se debe al hecho de querer reivindicar la figura de un Pensador y de un
estilo de actuar, que alejado de “familias” de pensamiento, aunque seguidor de
referentes esenciales como Bergson o Unamuno, ha sido adoptado ciega e
interesadamente por algunos falsos herederos que lo han venido politizando y
encasillando entre el grupo de los poetas cercados por “bodeguillas” partidistas
referidas en algunos momentos a cierta izquierda descafeinada e in-tele-actual sustentada
por ciertos medios de comunicación; aunque, afortunadamente y a la vez, ha sido
tomado como referencia en revistas de pensamiento nada sospechosas de
partidismo como mientras tanto; o
como referencia en profesores y pensadores nada cercanos a los poderes líquidos
y del Mercado como fuera Agustín García Calvo o Isabel Escudero…Por ello, es
bueno recordar, para asentar las cosas, aquellas palabras que don Antonio
escribiera en el semanario Ahora del
3 de octubre de 1936: “Yo no soy un verdadero socialista y, además, no soy
joven; pero, sin embargo, el socialismo es la gran esperanza humana ineludible
en nuestros días, y toda superación del socialismo lleva implícita su propia
realización. Soy de los pocos viejos que no creyeron nunca en las falsas
juventudes”. Palabras sobre el socialismo real, que nos aclaran por donde
caminaban los pensamientos de Antonio Machado, y que escasamente coinciden con ciertos
vientos actuales, pero ese, de momento, es otro debate.
Todo esto nos lleva
a pensar que Antonio Machado es de los pensadores españoles sobre los que se
debería investigar más para poder conocer las claves de su modelo de Pensador,
pues la línea de lo poético o lo filosófico son sobre él más conocidas, y
además porque la influencia de estas líneas de pensamiento “asistemático” en
autores posteriores ha sido muy relevante.
Así, para empezar a
andar por “este camino por hacer”, es necesario considerar que para este
Pensador y poeta, uno de los pilares básicos de tal forma de hacer está
centrada en la necesidad del otro que
los humanos tenemos, y el deseo de amor
y diálogo nunca satisfecho, esto es, la
otredad inmanente que justificará la ya citada heterogeneidad del ser. Así escribe:
“Dijo otra verdad:
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busca al tú que nunca es tuyo
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ni puede serlo jamás.”
O aquello otro de:
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“Con el tú de mi canción
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no te aludo compañero;
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ese tú soy yo.”
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Desde aquí, desde
este sentimiento original y de búsqueda, brotan la necesidad de la poesía y la
filosofía, pues como recuerda Antonio Sánchez Barbudo hablando del pensamiento
machadiano: “Poesía y Filosofía no son la misma cosa, pero brotan de un mismo
sentimiento original. El poeta es más fiel que el filósofo a esta emoción
original que él reproduce cada vez que, angustiadamente, canta al mundo que
contempla. Y la filosofía debe volver a encontrar sus raíces acercándose a la
poesía.”
Conviene recordar
que para Machado el concepto de poesía –que se basa en aquello de que el ser
poético “se revela o se vela, pero allí donde aparece, es”- surge como un
concepto que parte de un planteamiento de poesía emotiva, pero a la vez temporal, en palabras de Sánchez
Barbudo: “el ser, en suma revelado a la conciencia por la nada, no es el ser
inmutable, sino el ser inmerso en la corriente del Tiempo y, considerado desde
nuestro ser, inmerso en el tiempo también.”
Así nos lo
recuerdan sus versos: “En estos pueblos, ¿se escucha / el latir del tiempo? No.
/ en estos pueblos se lucha / sin tregua con el reló, / con esa monotonía, /
que mide un tiempo vacío. / Pero ¿tu hora es la mía? / ¿Tu tiempo, reloj, el
mío? / (Tic-tic, tic-tic)…Era un día /
(tic-tic, tic-tic) que pasó, / y lo que yo más quería / la muerte se lo
llevó.”
Quiero avanzar en
esta Introducción aceptando y concluyendo,
que el concepto de poesía temporal
como medio de conocimiento –desde el planteamiento de la problemática del ser y
la nada- y la relación metafísica con
esta poética, son para don Antonio dos claves importantes de todo su
pensamiento; proceso emergente, alerta y abierto, que surge y se desarrolla
desde el asombro ante la conciencia de la nada
y la heterogeneidad, o desde la
angustia y la trascendencia, y que va hacia un más allá, hacia una mejora, que
el hombre no alcanza. Vemos, pues, que sus preocupaciones fundamentales se preguntan
por la vida y la conciencia, así como por el individuo y la sociedad, la
temporalidad de la existencia personal, la otredad y la nada; sin olvidarse del
pensamiento homogeneizador de la lógica y el pensamiento heterogeneizador de la
poesía.
Ocurre, pues, en el
pensamiento machadiano que, por una parte la razón busca en la realidad confusa,
misteriosa, concreta y temporal un principio original y unitario que termina en
la nada, y, a su vez, y por otra
parte, la intuición poética va a ser
la que salve con su metafísica esta nada,
desde la experiencia aprendida por el poeta en la riqueza y la variedad del
mundo. Así leemos:
“El hombre es por natura la bestia
paradójica,
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un animal absurdo que necesita
lógica.
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Creó de la nada un mundo y, su
obra terminada,
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2. Buscar “la puerta al Campo”
(Sobre el pensamiento de Antonio Machado)
En el apartado
anterior hemos comentado que el pensamiento de Machado busca un principio
original y unitario, pues bien, este tipo de pensamiento a la vez universal,
“hace - como diría María Zambrano- del hombre donde habita antes que un
filósofo o un sabio, o un poeta explícito, un pensador o meditador”; así, este
pensamiento estructura y va haciendo al sujeto y, por ello, hay que “caer en la
cuenta de que ese hombre que se presenta ya en plenitud no está estructurado,
sino configurado, conformado y que se trata de que el despliegue del
pensamiento abra las posibilidades de pensar y de ser activo, mientras el
sujeto íntimo se va acercando[…] a la simplicidad primera y última, la de ser
criatura viviente, y luego, la de ser sin más en la nada. En una nada que viene a ser la hospitalidad del creador.”
Idea que aparece en
los versos del poeta cuando escribe: “El corazón del hombre con red sutil
envuelve / el tiempo, como niebla de río una arboleda. / ¡No mires: todo pasa;
olvida: nada vuelve! / Y el corazón del hombre se angustia… ¡Nada queda!”
Y así es, pues para
Machado es la “pura nada” la causa de su Pensar, la que origina el asombro del
poeta, y de ese asombro nace la poesía. Recordamos que para Juan de Mairena se
trata de ocuparse de la “metafísica de la pura nada”, de esa nada que plantea
el problema del ser y despierta la poesía , así estos versos:
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“¿Dices
que nada se crea?
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No te
importe, con el barro
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de la
tierra, haz una copa
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para que
beba tu hermano.”
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O aquellos
otros versos similares:
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“¿Dices
que nada se crea?
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Alfarero,
a tus cacharros.
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Haz tu
copa, y no te importe
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si no
puedes hacer barro.”
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De esa forma, a
través de esta peculiar “metafísica del poeta”, queda trazada la línea a
seguir, por donde “hacer el camino” que lleva al poeta y al hombre que filosofa
sobre su obra anterior y sobre todas las cosas, a ser algo más, a “buscar la
puerta al Campo” o como dirá el filósofo J.D. García Bacca, a ser un Pensador.
Por esta razón
Mairena piensa cosas como: “Las imágenes de los grandes filósofos, aunque
ejercen una función didáctica tienen un valor poético indudable…, existe una
paloma lírica que suele eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno y
que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo”; o aquel otro
pensamiento fundamental del apócrifo Abel Martín, que centra y aclara aún más
la forma de ser Pensador de Antonio Machado: “Decía mi maestro: Pensar es
deambular de calle en calleja, de calleja en callejón, hasta dar en un callejón
sin salida. Llegados a este callejón pensamos que la gracia estaría en salir de
él. Y entonces es cuando se busca la puerta al campo.”
Una vez aquí,
conviene citar la fuente de donde ha partido esta aplicación reflexiva maireniana de “buscar la puerta al campo”, me
estoy refiriendo al fundamental artículo del propio García Bacca, “Antonio
Machado ¿poeta o filósofo?”. Por ello a continuación consideraré algunas de sus
reflexiones que, aunque algo extensas, resumen perfectamente al tipo de
Pensador al que respecto de Machado nos estamos refiriendo aquí, y al poeta que
lo sustenta, para quien la puerta al
campo aparece como la Tierra (de “pan llevar” y de “todo llevar” homérica)
donde no hay caminos definidos sino construibles y borrables huellas y estelas.
Así García Bacca, partiendo
de Juan de Mairena, viene a decir que los poetas no han de aprender de los
filósofos a conocer los callejones sin salida del pensamiento para salir por
los tejados de esos mismos callejones, pues de los callejones del pensamiento
que los filósofos han construido cual palacios
encantados de la lógica […] es mala costumbre salirse por los tejados de
esos mismos callejones, esto es, salirse por los tejados de sus sistemas. Se sale, y salen, entonces y
así, a una Mar (a una muerte en Machado), no a un Campo. Salen a un desierto de leyes; no a una tierra de leyes. Por el contrario, Machado
llegó a semejantes Plazas filosóficas: Heráclito, Parménides, Bergson, Kant,
Heidegger, Unamuno. Se sintió encerrado; y de la encerrona salió, no por los
tejados […], sino por la puerta que lleva al Campo, y si aquello de los otros
era “filosofar”; a esto otro lo llamará “pensar”.
Y las cosas son de
esta manera porque, porque para Machado, escribe García Bacca de forma
maireniana, “Filosofar” es “deambular de
calle en calleja, de calleja en callejón, hasta llegar a ese callejón sin
salida que es Plaza de la Constitución sistemática de Universo”. “Filosofar en
grande” (Heráclito, Parménides, Bergson, Unamuno…) es llegar a tal Plaza, saltar
por sus tejados y llegar al Mar. “Filosofar en pequeño” es llegar a tal Plaza,
quedarse encandilado ante el sistema; dar vueltas y más vueltas de procesión, y
terminar en embobados comentadores, glosistas, escolastiqueros y repetidores. Sin
embargo, y aquí está Mairena: “Pensar es deambular de calle a callejas, de
calleja a callejón, hasta llegar a un callejón sin salida. Llegados aquí
pensamos que la gracia estaría en salir de él. Y entonces es cuando se busca la
puerta al Campo”.
Antonio Machado,
dice García Bacca, no es filósofo. Es “pensador”.
Lo que es ser más,
mucho más, muchísimo más que filósofo. Más y mejor.”
A partir de estas referencias
podemos comprobar como el pensamiento de Machado es un pensamiento en plena
vigencia dotado de vida propia, que
late con fuerza entre las huellas del hombre, y hace de tal hombre en el que va
habitando, antes que un filósofo o un sabio, o un “poeta explícito”, un pensador
o un meditador. Un pensador continuo de mirada diversa y despierta que como
antes, y a la vez que el poeta, es un ser que “se revela, o se vela; pero allí
donde aparece es.” Y aparece–como recuerda de nuevo María Zambrano- y se asoma: “con una inocencia que no perderá
nunca, al universo. Y que sabe con inmediatez
de su lugar propio, de su situación en el pensamiento. Está bajo la sombra y al
lado del pensamiento vivo: dentro del ser pensante y sin desprenderse de él,
configurándolo, sellándolo.”,
tal y como leemos en alguno de sus versos:
“Amargo caminar,
porque el camino / pesa en el corazón. El viento helado, / y la noche que
llega, y la amargura / de la distancia… En el camino blanco / […] ¿Qué buscas /
poeta, en el ocaso?”
Como decíamos al principio
de este segundo apartado, todo ello aparece estructurando las posibilidades del
pensamiento del hombre, del Machado que desde su pensamiento vivo: “Quien prefiere lo vivo a lo pintado / es el
hombre que piensa, canta o sueña”, su inocencia y su: “Olivo hospitalario / que
das tu sombra a un hombre pensativo”; nos recuerda ahora a ese gran poeta de la
contemplación viva, de la inocencia y de la hospitalidad, como es Claudio
Rodríguez quien escribe: “Se fue. // Cuando todo se vaya, cuando yo me haya ido
/ quedará esta mirada / que pidió, y dio, sin tiempo.”
Vuelve, como vemos,
desde el pensamiento vivo, desde el
asombro y “la nada”, la imagen de donde surgirá la poesía, esto es, la “nada” machadiana
de la que José Echevarría dice que: “se condiciona recíprocamente –para
Machado- con nuestra libertad y es, por ende, también fuente de su inevitable
acompañante: la angustia”. Respecto
de esto, conviene no olvidar las palabras de Juan de Mairena: “Tan gran hazaña
como la de sacar al mundo de la nada es la que mi maestro atribuía a la
divinidad: la de sacar la nada del mundo […] Dios sacó de la Nada al mundo,
para que nosotros pudiéramos sacar al mundo de la nada.”
No me voy a
extender aquí en más reflexiones sobre el pensamiento religioso de nuestro pensador
que, si bien tiene tanta importancia dentro de su pensamiento sobre todo por
las conexiones/desconexiones con la influencia unamuniana, creo que por ahora es
menos importante para el tipo de pensador que queremos analizar en este artículo
de forma más específica y lineal. Solamente voy a detenerme un momento para
reflejar las palabras de Juan de Mairena quien refiriéndose a su maestro Abel
Martín comenta: “Allí venía a decir, en sustancia que Dios no podía ser el
creador del mundo, puesto que el mundo es un aspecto de la misma divinidad; que
la verdadera creación divina fue la Nada”, palabras coincidentes con los versos
machadianos: “el Dios que todos hacemos / el Dios que todos buscamos / y que
nunca encontraremos”.
Quiero terminar
este apartado recordando que Antonio Machado es de los pensadores que, ante las
cosas del mundo y la reflexión sobre ellas y el hombre, siente la carencia de
Dios desde esa falta como concepto, y desde el estado de carencia como génesis de su pensamiento y su poesía, como
ya hemos indicado; de ahí que Sánchez Barbudo, –no olvidemos, por otra parte,
la influencia que desde diferentes perspectivas críticas tuvo la recepción del
libro Del sentimiento trágico de la vida
unamuniano para Ortega y Antonio Machado-, y hablando sobre esto refleje la duda consistente de Unamuno y comente
sobre el estilo machadiano que: “hay también quien deseando muy sinceramente a
Dios, definitivamente no cree en Él. Tal era el caso de Machado que […] creía
sobre todo en la nada. Del sentimiento de la nada brotaban para él metafísica y
poesía. Era pues, Machado de los fideistas que, más propiamente, o con más
claridad al menos, podríamos llamar ateos, aunque ciertamente ateos
insatisfechos: hombres que sienten la falta de Dios.”
3. Reflexiones sobre la idea de
“la Noria” y la metáfora del Tiempo en Antonio Machado.
Si en el apartado
anterior hemos tratado de aclararnos sobre el pensamiento de Machado, su
proceso y su caminar, y para ello hemos ido de la mano del propio autor, de sus
apócrifos o de algunos de sus críticos, vamos a detenernos, aquí únicamente, y
de paso, en dos aspectos que de este proceso nos han llamado más la atención y
que están bastante relacionados; uno es la imagen circular y “en rueda” de su
pensamiento, esto es, de su matiz de Noria
y el otro el Tiempo:
“Nuestra horas son
minutos / cuando esperamos saber, / y siglos cuando sabemos / lo que se puede
aprender.”
Así, aparece cierto
carácter de identidad continua y un proceso que va “haciendo camino” de lo
mismo hacia lo mismo, bien sea en cada uno de los cangilones de una noria, bien sea, como recuerda García Bacca, en
el hecho de “vendarse los ojos y dar vueltas y más vueltas en círculo, que es
figura, encarnación o enmaterialización de la identidad: de lo mismo a lo
mismo, hacia lo mismo, sin mirar a nada más, sin querer ver, por y para estar
pensando todo según identidad, sintiéndola a cada vuelta, oyéndola a cada
compás del agua que suena, aceptando la dulce armonía, no de lira, sino la
eterna rueda”.
O como dice el poeta pensador: “De la mar al percepto / del percepto al
concepto / del concepto a la idea / -¡oh, la linda tarea!- / de la idea a la
mar. / ¡Y otra vez a empezar!”
Desde aquí llegamos
al uso de la Noria como modelo y
estilo; como un modelo del Pensar que va de lo uno a lo otro, identificando la
heterogeneidad del ser, de forma que lo poético y lo metafísico se funden y
confunden en la solidez de un pensamiento que ha venido siendo criticado o
analizado como asistemático, pero que yo llamaría sistemáticamente circular en su diversidad con el fin de añadir un
matiz diferenciador…:
“¿Mi corazón se ha dormido?/ Colmenares de mis
sueños / ¿ya no labráis? ¿Está seca / la noria del pensamiento, / los
cangilones vacíos, / girando, de sombra llenos?”
Pues bien, es esta
Noria del Pensar la que hace a nuestro autor cegarse a lo externo temporal, y
pensar el ser fuera del tiempo, es él mismo quien escribe hablando de la lírica
en Los complementarios que: “Es
precisamente el flujo del tiempo uno de los motivos líricos que la poesía trata
de salvar del tiempo, que la poesía pretende intemporalizar”:
“Este amor que
quiere ser / acaso pronto será; / pero ¿cuándo ha de volver / lo que acaba de
pasar? // Hoy dista mucho de ayer, / ¡Ayer es Nunca jamás.”
Estamos, pues, ante
un pensador y poeta cuya pretensión es transmutar el tiempo en temporalidad, en
transformar el tiempo cualitativo en cuantitativo, o como bien indica Juan López Morillas: “Después de
intuir el poema en el flujo de lo real, el poeta, lo mismo que el artista
plástico, procurará extratemporalizarlo, es decir darle permanencia,
arrebatándolo con este fin de las mutaciones fugaces y radicales que produce el
tiempo. Su propósito será -como se dice en Abel Martín- que su obra trascienda
de los motivos psíquicos en que es producida.”:
“Este hombre no es
de ayer ni es de mañana / sino de nunca;
[…]”
Antes hemos hablado
ya de la relación, aunque no sea directa, del pensamiento vivo de Machado con la contemplación viva en Claudio Rodríguez y, es bueno decir, que
desde esta imagen cíclica de la Noria,
donde se produce la comunicación viva tanto en un poeta como en el otro, nos
llama la atención de que con Machado sucede, como ya dijéramos hablando de
Claudio: “Esta creación supone un acto de entrega, un perderse en las cosas,
una forma de comunión con el mundo, en el instante poético, que implica la
anulación de la dimensión lineal y sucesiva del tiempo.” Estamos pues, al lado
de esa búsqueda de la intemporalidad en otros autores como el propio Claudio
Rodríguez cuando escribe: “Arcaduz de los meses, vieja y nueva / ignorancia de
la metamorfosis / que va de junio a junio…”, o como Octavio Paz que en su libro
Piedra de sol presenta un extenso
poema también de estructura circular y cuyo título “alude claramente al nombre
del calendario azteca, la Piedra del sol,
calendario que no tiene principio ni fin, sino que refleja la fluidez de la
vida y el girar de la rueda de los días, del mismo modo que sucede en Don de la ebriedad (primer libro de
poemas del autor zamorano) donde se habla del arcaduz de los meses”;
de igual modo a como en la obra de Machado podemos hablar de la Noria del Pensar. Así escribe Octavio
Paz: “un sauce de cristal, un chopo de agua / un alto surtidor que el viento
arquea, / un árbol bien plantado mas danzante, / un caminar de río que se
curva, / avanza, retrocede, da un rodeo / y llega siempre…”
Parece claro pues,
que estamos y volvemos a sentencias machadianas como aquellas de “El tiempo,
realidad última… inevitable”, o “lo inevitable es ir de lo uno a lo otro, en
esto como en todo”, intentando, como dice Mairena, ser “un pescador de peces
vivos, es decir, de peces que puedan vivir fuera del agua.”
En síntesis,
podemos decir que el pensamiento en su proceso y, a la vez, la poesía, deben
vivir como tiempo finito y medido, con independencia de su principio generador
que es también noria y tiempo, pero infinito e inmensurable. Tal y como refieren
los versos del poema machadiano titulado “La noria”:
“La tarde caía /
triste y polvorienta. / El agua cantaba / su copla plebeya / en los cangilones
/ de la noria lenta/ […] // Yo no sé qué noble, / divino poeta, / unió a la
amargura / de la eterna rueda / la dulce armonía / del agua que suena.”
4. El pensador desde su mundo
apócrifo: Juan de Mairena.
Si a comienzo de
estas reflexiones partíamos del mundo de los heterónimos y los apócrifos en
diferentes autores para centrar el pensamiento de Machado desde la riqueza de
lo diverso, que viene a establecerse en la adopción de personajes que no solo
sirvan para ocultar a un autor, sino para complementarlo desde diferentes
perspectivas a través de la vuelta continua al punto de la identidad; una vez llegados
aquí podemos decir ya con Juan de Mairena que: “Vivimos en un mundo
esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de nuestro pensar, ordenado o
construido todo él sobre supuestos indemostrables, postulados de nuestra razón,
que llamamos principios de la lógica, los cuales reducidos al principio de
identidad que los resume, y resume a todos, constituyen un solo y magnífico
supuesto.”
Citábamos más atrás
la imagen de un pensamiento caleidoscópicamente ordenado, desde ahí aceptamos,
después de estas palabras de Mairena, la revelación de que el mundo en que
vivimos es para Antonio Machado un mundo apócrifo, esto es, inventado, o lo que
es lo mismo, la verdad dando la mano a la imaginación, para nosotros, más que a
la fantasía: “Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía: / también la
verdad se inventa.”
Por ello, podemos
decir con José Luis Abellán que: “La imaginación o fantasía –el autor iguala
los conceptos- es la facultad fundamental del hombre, y por falta de ella se
puede llegar a mentir, puesto que el hombre es el propio hacedor de su verdad.
La verdad se inventa y por eso todo el mundo es apócrifo; […] Machado se
inventa su mundo, que es un mundo de profesores-poetas, poetas-filósofos y
profesores-filósofos”. Por
ello, y como se indicaba en la Introducción,
lo apócrifo ejerce en Machado una función heurística y hermenéutica de
comprensión de sí mismo. Se trata pues de buscarse apócrifamente en la máquina
de trovar de Jorge Meneses, en la cosmogonía de Abel Martín, o en las
sentencias y el desparpajo de Juan de Mairena, y, así como recuerda Raimundo
Lida: “escribir, no para despejar incógnitas en el papel, sino para expresar
fielmente, dividiéndose en personajes contradictorios, la incógnita de su misma
complejidad, el conflicto que le acosa y el diálogo sin fin de su propia
conciencia.”
Una vez llegados a
este punto, quiero detenerme de paso en la figura del apócrifo Juan de Mairena,
porque además de verla como referencia pedagógica continua, es una de las
claves posibles para luchar contra la sequedad intelectual que se viene
produciendo, debido entre otras causas, al maltrato que recibe todo lo
relacionado con el pensamiento y la filosofía en los programas educativos, así
como la malquerencia y la superficialidad a los que se ven sometidos ambos, derivadas
de falsas tertulias y debates en los medios de comunicación de masas. Mairena
es un personaje y una actitud de pensamiento colectivo tipo Escuela Popular de
Sabiduría Superior de Max Scheller, que puede ayudar a frenar el empuje
pseudo-filosófico de ciertas éticas paterno-filiales, “mundos de Sofía”… y
otras derivas del pensamiento debilitado por los fluidos cogitativos, que
acaban convirtiéndose en manuales de didácticas simplonas y reductoras,
sospechosas y sustituidoras de obras y maneras de pensamiento contrastadas y
validadas, ya sean de corte clásico, ya más actuales como aquel proyecto de
Investigación Filosófica de Mattew Lipman, hoy casi desaparecido.
No en vano, es el propio Antonio Machado
quien sobre su Juan de Mairena explica: “es un filósofo cortés, un poco poeta y
un poco escéptico, que tiene para todas las debilidades humanas una benévola
sonrisa de comprensión y de indulgencia. Le gusta combatir el esnobismo de las
modas en todos los terrenos. Mira las cosas con su criterio de librepensador,
en la más alta acepción de la palabra, un poco influido por su época,…”
Para terminar, y después de todo lo
expuesto, debo y quiero hacer dos consideraciones, la primera. desde el respeto
y el agradecimiento a sus reflexiones, se basa en el hecho de no compartir las
palabras del poeta y crítico José María Valverde, quien acusa de alguna manera
a Machado de pensamiento blando, cuando expone que: “la creación de los
apócrifos había sido un recurso de Antonio Machado para manejar unos sistemas
de conceptos que, personalmente, él no podía presentar con convicción, pero que
le parecía que debían de ser expuestos de un modo o de otro, como alusión
oblicua e irónica hacia el fondo de su pensar.”;
y eso no puede ser así, porque la idea de la no convicción o blandenguería de
Machado con ese sistema de conceptos parece restringir la idea de lo apócrifo
al hecho, únicamente, de ocultación de algo; idea que, por otra parte, no
conecta (al igual que José Saramago respecto al Ricardo Reis de Pessoa) con lo
que aquí se defiende que es el interés de don Antonio por la heterogeneidad del
ser y por la estrategia de diversificar el pensamiento para ampliarlo como camino que se hace al andar, siempre con la convicción de ir abriendo la puerta al Campo, esto es,
siendo Pensador.
Por otra parte, y un poco sonrojado por
los argumentos y la inquina hacia el mundo de la poesía que transmiten, quiero
traer a colación para intentar corregirlas unas reflexiones del filosofante y sesudo
profesor Fernando Rodríguez Genovés, quien en cierto artículo y a través de la ramplona
ironía que utiliza ya desde su título, Cara
y cruz del ensayo español: las trazas de Ortega y el Mairena, despotrica
contra Antonio Machado y su apócrifos confrontándolo con Ortega y denostándolo cuando
escribe: “El hecho de requerir a su convocatoria conjunta responde a un motivo
de justo reconocimiento, pero también a la oportunidad de oponer dos maneras
radicalmente contrarias de darle sentido y contenido al ensayo filosófico: por
un lado, el texto excepcional, en la acepción más exacta del término, de un
poeta, Antonio Machado, metido circunstancialmente en faenas de filósofo, quien
no solo pone en prosa muchas y variadas reflexiones y pensares, sino que además
diserta relajadamente sobre el ideario filosófico, definiendo de paso una
dirección y modo de concebir las afinidades entre literatura –más en concreto,
la poesía- y la filosofía; y por el otro lado, la obra completa de un filósofo,
José Ortega y Gasset, quien persevera de principio a fin, en una línea de
fidelidad al discurso filosófico claro y distinto y al ensayo, expurgados ambos
previamente –y necesariamente- del escolasticismo, erudición, retórica y usos
poéticos, todo ello expresado con generosas muestras de rigor, elocuencia,
humor y elegancia.”
No es este el lugar ni el momento para
aclarar esta invectiva anti Mairena y contra Machado, pero sí conviene traer
otras perlas de este triste artículo contra los apócrifos y los heterónimos
cuando más adelante escribe: “Por lo pronto, llama la atención el hecho de que
quien ejerce de ensayista se oculte tras un personaje para escribir el ensayo,
sea tras la máscara de un profesor apócrifo, sea tras pseudónimos, Abel Martín o Juan de Mairena- también sería
raro el recurso de componer un ensayo como un manuscrito anónimo encontrado en
una botella o en Zaragoza, en un baúl”. Y un poco más adelante, este sabio
articulero se olvida del Rubín de Cendoya orteguiano y otras firmas heterónimas
o apócrifas del filósofo madrileño de quien dice que siempre enseña las cartas
y no se esconde, para lo que cita del propio Ortega: “yo estoy presente en cada
uno de mis párrafos, en el timbre de mi voz, gesticulando, y que, si se pone el
dedo sobre cualquiera de mis páginas, se
siente el latido de mi corazón.”.
Para más inri, el susodicho Rodríguez Genovés, salva de paso la costumbre
apócrifa de Soren Kierkegaard: “quien tanto gustaba –dice el ínclito pensante-
de recrearse, de reencarnarse en figuras ficticias, en personajes, en
pseudónimos.”, y se la niega a don Antonio, quien –según el sesudo analista-
pretende engañar al lector.
Pero para no dejar desasistidos mis
argumentos, ahora sí, contra el susodicho Rodríguez Genovés, a quien espero no
le suceda aquello que escribiera Machado: “Filósofos nutridos de sopa de
convento / contemplan impasibles el amplio firmamento/ […] // no acudirán
siquiera a preguntar ¿qué pasa? / Y ya la guerra ha abierto las puertas de su
casa”; quiero recordar las palabras del
propio Ortega y Gasset sobre el estilo del pensador, de cualquier pensador,
cuando dice aquello de que “el estilo parte de un supuesto, estilo es supuesto”,
o lo que es lo mismo, parte de un pasar a suponer, y según el diccionario de la
RAE, suponer en su segunda acepción es “Fingir, dar existencia real a lo que
realmente no la tiene”, a saber, – y disculpas por el neologismo- apocrifar o fingir el pensamiento. Desde
ahí Ortega remata el argumento con lo siguiente: “Cada genial pensador tuvo que
improvisar su género. De aquí la extravagante fauna literaria que la historia
de la filosofía nos presenta. Parménides con un poema, mientras que Heráclito
fulmina aforismos. Sócrates charla. Platón nos inunda con la gran vena fluvial
de sus diálogos […]”.
Por todo ello, Kierkegaard, el propio Ortega
en ocasiones, y el Pensador, don Antonio Machado, diríamos nosotros, define su
género, entre otras cosas, desde sus apócrifos esenciales.
Y si como se ha dicho en más de una
ocasión y con buen criterio, que la cultura occidental es como “una gran cadena
en la que unos eslabones se van anudando y remitiendo a otros, para proyectarse
a su vez hacia adelante en un doble juego de tradición y originalidad que, tanto en el campo humanístico propiamente
dicho como en el científico, tenía y sigue teniendo sus raíces en los clásicos
grecolatinos.”,
bueno es que siguiendo este modelo similar en cierto sentido de universalidad al
concepto de la Weltliteratur de Goethe, recordemos ahora y para terminar las
palabras del Prefacio a la Historia
Natural de Plinio el Viejo cuando dice aquello de: “Es ardua empresa dar
novedad a lo viejo, autoridad a lo nuevo, brillo a lo anticuado, luz a lo
oscuro, gracia a lo tedioso, credibilidad a lo dudoso: en una palabra, a todas
las cosas su naturaleza y a la naturaleza todo lo que le pertenece. Por eso
nosotros, aunque no lo hayamos conseguido, es harto hermoso y magnífico
habérnoslo propuesto”;
y eso y no otra cosa, intentar defender lo Pensador esencial de don Antonio
Machado, es lo que aquí me he propuesto y he pretendido hacer con este
análisis. Y que la Filosofía y, por supuesto, la Poesía, otorguen a cada cual el
lugar que le corresponde.
LUIS RAMOS DE LA
TORRE