Un pensador y un poeta nos acompañarán para empezar a desentrañar este interesante asunto. Ya os comentaremos.
De momento os dejamos unas palabras de Francisco Férnandez Buey:
"[...]yo me imagino un mundo en el que ha sido condonada la deuda externa de los países empobrecidos, un mundo en el que funciona la utilización por lo menos del 0,7% del presupuesto para la ayuda a los países muy empobrecidos. Me imagino un mundo en el que se aplicara la tasa Tobin a los intercambios comerciales que actualmente siempre son muy desfavorables para los pueblos pobres. Sería un mundo en el que estuviera en vigencia un salario universal garantizado, independientemente de que se tenga o no trabajo. Me imagino un mundo en el que se ha conseguido la soberanía alimentaria en el sentido de que las poblaciones campesinas que producen determinados productos de la tierra se pueden servir de ellos y no son literalmente explotados por las grandes organizaciones internacionales. Es decir, me imagino un mundo más igualitario, un mundo sostenible, un mundo en el que los hombres y las mujeres puedan vivir en paz con la naturaleza y con los otros semejantes, próximos y lejanos, que son diferentes pero que tienen las mismas necesidades que nosotros".
Y un poema,Todos los santos, de Pablo García Baena, referido a este mes de noviembre tan claudiano :
Suena la noche, suena el cautiverio tenebroso, cadenas arrastradas por el mármol. Inician las maderas y el metal la batalla de la orquesta, la nublada obertura crece suave, gotea la cera sobre el paño negro. Si pudieras dormir. Agazapado el volatín de los timbales salta, ríe, te trae desnudo hasta la cama, bufón de cresta roja, cascabeles. Ya no puedes dormir. Estás conmigo, ah, vana sombra, aparta tu ternura, tu torrente de lágrimas: la grave camelia del oboe se desangra. Ahí está la mancha. Leve, asciende, voces humanas, órgano, los tubos plateados del álamo en el bosque tienen tu voz. Apaga los blandones, retira antifonarios. Barbitúricos, dosis letal de fiebre y laberinto, tu cabellera flota todavía por amargos violines del insomnio. Sube el fagot, el panteón cerrado ilumina la ojiva de las arpas, pabilos crujen junto al hueco oscuro. Humo es el sauce y su atabal ceniza. Bebe en mi corazón. Cómo estremecen las lilas, las violas, las sonoras cajas el ritmo marcan de latidos. Vuélvete a la pared. Están los sueños exhumando el espectro. Rosas abren por las trompas. Estallan las carcasas de primavera, besos, huellas fulgen. Duerme. El velorio sigue de las flautas, pavanas para un tiempo ya difunto, barraganía inútil del recuerdo.
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