así seguimos

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Siempre al lado de "los lobitos buenos"

domingo, 21 de noviembre de 2010

Sobre unas Elecciones xénofobas (No olvidando al pueblo saharaui)

Se acercan las Elecciones en Cataluña y otras más que vendrán después, y a muchos de los candidatos, -por supuesto no voy a nombrarlos-, sólo se les ocurre ir contra el más débil, es decir, contra el inmigrante. ¡Qué fácil es hablar con la boca llena y el futuro asegurado contra quienes para llegar aquí han tenido que viajar en pateras, camuflarse como animales o saltar las escaleras de los muros del oscuro primer mundo!
Que sirva de homenaje, -disculpad la extensión-, para los que luchan por la dignidad, la libertad y la vida, este poema a dos voces entre el juego de las vidas que buscan crecer abriéndose a mundos nuevos y el juego de ciertas canciones infantiles desde donde también se han buscado mundos posibles:

Redes hacia el cielo

                                   I

Al aire están tejidas:
                                                           ¡Érase una vez!,
las rudas escaleras
de las vallas que se alzan
en Marruecos y buscan:
¡cada cual, cada cual
atienda a su juego!,
las vidas europeas tras Melilla.

Al aire:
¡qué las lleva el aire!
con la misma urdimbre
¡escondite le dite
le dan ,dan, dan!,
y las mismas artes
que usasen hace dos generaciones:
los pescadores del África
senegalesa o mauritana,
están tejidas:
¡Un don-din
de la poli-politana!,
esas pobres y rudas escaleras.

Tramos de leña nudosos y peldaños
que apagarán en la vista las brasas del fuego
y el hambre del corazón inmigrante:
¡Sopla, vivo te lo doy
si muerto me lo das,
lo pagarás!,
y lucirán en la noche con sus resinas
como redes urdidas
por los nietos de aquellos pescadores:
¡tú por tú que te salves tú!

Hombres nuevos que aprenden:
¡los del rey sierran bien,
los de la reina también!,
miedos, geometría y contratiempos,
o buscan alta y clara,
a la luna,
¡lunera
cascabelera!,

sobre las vallas de Marruecos y Melilla.

                        II

Es algo irrevocable,
pero a pesar de estar vencidos:
¡a tapar la calle
que no pase nadie!,

los nietos de las almas más inquietas de África
todavía tienen, como todos nosotros,
sonrisas, inquietudes y deseos
y quieren subir poco a poco
los peces de sus sueños:
¡a la mar fui por naranjas
cosa que la mar no tiene,
vine todo mojadito
de olas que van y vienen!,
y el crudo mar de sus anhelos
al cielo de la libertad,
y poder trabajar y vivir sin problemas:
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!,
al pisar el recio suelo de Europa.

                        III

Al aire:
¡que el aire las lleva!,
están tejidas hoy las escaleras
que se ataron en el suelo
y huelen todavía:
¡¿Hay casita que alquilar?
A otro lugar
qué ésta está ocupá!,
a las ramas del bosque
de la última huída:
¡al esconderite inglés
sin poner las manos
sin poner los pies!,

pero no huelen ya a la madera mojada
por el fuerte salitre:
¡a las olas extranjeras
viene un barco por alta mar,
con el ruido de las olas
no se puede balancear!,

que oliesen antes y aún recuerdan los nietos
de los pescadores subsaharianos:
¡Qué dolor, qué dolor, qué pena!,
como algo proveniente
de la cruda verdad de las pateras.

                        IV
Después,
después de las pateras:
¡en el fondo del mar,
matarile, rile, rile!,
algunos hombres nuevos
de Guinea, de Gambia o Mauritania:
                                                           ¡matarile, rile, rón!,
fueron abandonados, solos,
en el secarral de la arena:
¡déjala sola, sola en el baile!,

y, duna a duna, deportados, deambularon
sin los peces del agua de sus sueños.
Y, entre engaños, fue para nosotros
tan extraordinaria la excusa del desierto:
¡El chís
con el chís-chís,
y el chás
con el chas-chás!,

que nos olvidamos para siempre de todos ellos,
pues dejan de ser noticia:
¡ aserrín, aserrán!
Y los dejamos solos:
¡A la puerta de un sordo
cantaba un mudo,
 y un ciego le miraba
                                                           con disimulo!,   
junto al sol solitario de su miedo,
igual, igual
que solos y muertos:
¡do, re, mi, do, re, fa,
no sé cuando vendrá!,
se quedan los peces sin suerte
en los charcos de las orillas
después de las crecidas virulentas de los ríos.

Y exactamente igual
a como aprendieron los viejos
pescadores subsaharianos:
¡ pinto, pinto,
gorgorito!,
los peces nunca deben andar sueltos,
tienen que estar siempre juntos en su banco:
                                                           ¡Ande la rueda;
que no se vea,
que no se vea!

Pero para los africanos:
¡larán, larán, larito!,

los otros Bancos, los de Europa,
los del dinero,
siguen estando cerrados:
¡el patio de mi casa
es particular!,
salvo algunos bancos al aire libre
y en forma de asiento
en plazas como las de España,
allá en Barcelona o en Madrid:
¡H, I, J. K.
L, LL, M, A!

                        V

Según cuentan, las escaleras
que se trenzaron hace tiempo:
                                                           ¡carabí, urí,
carabí, urá!,
han traído a Europa muy pocos nietos
de los pescadores de Malí:
                                                                       ¡Jugando al escondite,
en el bosque anocheció!,

y después de tanto sufrimiento ¡qué pocos
son los elegidos que nos observan
en los bancos al aire libre
de las plazas del sur o de Madrid:
¡al alimón, al alimón,
no tenemos dinero!

o en las sucursales de los Bancos inversores!:
¡al alimón, al alimón,
nosotros sí tenemos!

Y así sigue su miedo,
y nuestro juego permanece:
¡Pum, catapum, chin, chín,
gori, gori, gori!,
cada vez más lejos de la hospitalidad
que tanto nos marcara,
y a la vez cercano como nunca a los fuegos
artificiales de la xenofobia
que va quemando:
¡mirondón, mirondón, mirondela!
las redes de las ilusiones
que izadas en lo alto de aquellas escaleras:
                                                           ¡lairón, lairón, lairón,
lairón!
bogaban por las noches y entre el aire
en busca de los sueños.
                       
¡Érase una vez, Europa 2010:
¿Quieres que te lo cuente otra vez?!
                       

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