así seguimos

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Siempre al lado de "los lobitos buenos"

martes, 15 de marzo de 2011

“Aquí nos quedaremos hasta que el dolor se desvanezca”

Mi amigo Roberto, gran amante de la música, la historia y la literatura, me manda un archivo interesante sobre los dictadores y las "gadafis" de turno.

                                      

                              Me satisface cumplir su deseo y publicarlo aquí, en Moribundia.

Ni que decir tiene, que quien se quira animar, aquí tiene una puerta abierta para escribir lo que quiera.

He titulado el texto con el entrecomillado que aparece en la entrada:  “Aquí nos quedaremos hasta que el dolor se desvanezca”, porque me parece indicativo para saber de qué va el asunto.

                                                        
                                                

                                                  El texto dice lo siguiente:

            “Un grupo de libios ha montado un pequeño campamento con unas cuantas “haimas” a las afueras de Bengasi, en una playa, frente al mar; se han aprovisionado de alimentos y como armas han elegido sus instrumentos musicales, toda una suerte de laudes, flautas y diversos autóctonos atabales. Llevan semanas aguantando, hablando, ayudándose mutuamente, rezando, los que creen, no haciéndolo, los que no creen, pero juntos, todos juntos en indómita lucha difícilmente más pacífica y comprometida; es la demostración más cercana al socialismo puro y auténtico que conozco y que he visto en mis casi 40 años de vida.
Este grupo de héroes, estos sí, héroes comprometidos con la conciencia, con los valores, la vida y la verdad, malbaratando todo lo que tienen en su vida, ella misma, se dedican a bailar todo el día, entre el mar y el tribunal de Bengasi, que a alguno ya se lo ha llevado, agarrados de la mano y balanceándose mientras entonan una frase: “Aquí nos quedaremos hasta que el dolor se desvanezca”.
            Vemos por televisión a todo tipo de personajes, no sólo políticos, con sus hueras palabras, palabras átonas, heladas, inconsecuentes, alejadas de la realidad, cómo llaman al compromiso de los países, de los estados, de las instituciones, de los foros, de…, desde las salas perfectamente climatizadas de cualquiera de los tenderetes montados para sobrellevar mejor la dura vida del político occidental, del intelectual, ahora son pseudo, occidental, y toda la caterva de adláteres serviles que sirven a sus designios y al teatro que se han montado.
            La única verdad es que todo es mentira. Al final, decía Albert Einstein es necesario que la vida termine, que todo se acabe, se igualen las fuerzas y la muerte sea insalvable. Allí, si no antes, rendiremos nuestras cuentas, habrá personas que puedan y quieran rendirlas con su corazón y conciencia, otras, evidentemente no.
            Me niego a considerar iguales a todas las personas que pasan por el mundo, no, yo no lo voy a hacer. Parafraseando a la dramaturga americana Lillian Herman, ésta, en la inefable e histérica época “macartista” fue preguntada por su condición de izquierdista, izquierdosa, dicen otros, a lo que contestó, con compromiso y dos cojones… “No puedo recortar mi conciencia para adaptarla a la moda de este año.”
            Hay dos aspectos que quisiera apuntar, si observamos este tipo de conflictos desde una visión panóptica:
Primeramente, destacaría el hecho de ese conjunto de parámetros que componen la conciencia, el compromiso, los valores, las ideas… No me refiero tanto a la atávica condición de defender, no ya lo tuyo, sino lo que te crees tuyo, sino a la sublime condición humana, tan en desuso, de la defensa de lo que hemos dado en llamar ideales. Mientras una ingente cantidad de ciudadanos utilizan su legítimo derecho a huir, a pesar de su nula pertenencia a sectores comprometidos política y/o socialmente, otro tipo de ciudadanos, que realmente corren bastante más peligro, por lo general, deciden quedarse para empuñar las armas, las de la palabra, las de la lucha, las de fuego o las que se tercien; supongo que las dos actitudes son legítimas, pero me niego a reconocerlas por igual.
La caída, que llegará, y no tardando, de Gadafi, no puede ser repartida a partes iguales por los que huyen “por el pan de sus hijos”, - una de las frases que más daño han hecho a las sociedades de las últimas décadas -, pues bien, la responsabilidad, el mérito, no puede ser igualitariamente repartido entre los del pan de sus hijos y entre los que luchan, mueren y realmente consiguen la tan ansiada caída, que al parecer no tienen hijos, pero desde luego, tampoco entre los buitres, los carroñeros que nunca bajarán a luchar por la presa; toda una caterva de “politicuchos”, “abrazasillones”, monos obesos y representantes dignos de la sociedad de la corbata, los que con sus fuerzas intactas, bien comidos, bien…, eso, se subirán al pódium a recoger las medallas.
Bancos, constructoras, asesoras, ahora las llaman consulting, outsourcing, y demás mandangas, mientras que los otros, los héroes, los de verdad, los de las playas, los que son llevados al patíbulo uno a uno no tendrán una puta línea en un períodico y nunca sabremos sus nombres, sus apellidos, ni nada de sus modestas y modélicas vidas. Yo, desde aquí, quiero rendir mi homenaje, infaustamente modesto a esos luchadores que, sin tener porqué, dejan a sus hijos huérfanos, a sus mujeres viudas, pero sobre todo hipotecan su intelecto junto con su vida para el posterior regocijo de los triunfadores de esta sociedad y de este vil mundo. Sus vidas no se desarrollan entre las grandes urbes, ni acuden a acontecimientos estrella, posiblemente nunca han montado en avión… No, sus vidas son más ricas, más puras, superior su intelecto, de ahí se obtiene la maximización de su valor, por eso es más ardua su pérdida, más nimbada su desaparición, perdurable con orgullo entre los suyos, más execrable, si cabe, su inefable desaparición, eso amigos, se llama evolución, eso amigos, es lo que estamos desarrollando, se quedan los injustos, los melifluos, los menesterosos de ambición y de homenajes inmerecidos, los cobardes, siempre la retaguardia, los cercanos al emperador que domina la lucha en la batalla desde las seguras alturas. Esa, y no otra, es la realidad, y así nos va.
            En segundo lugar, hay otra visión, desde luego, panóptica, yo diría que incómodamente óptica, que es la relativa a la pervivencia, subsistencia y continua promoción de todo tipo de dictaduras, y dictadores, y clientelistas, y nepotistas, y oligocracias, y plutocracias varias.
            Ya lo hizo hace casi un par de meses, con Ben Ali, el de Tunez, pero ahora, dice Suiza, que va a congelar algunas o todas las cuentas del coronel Gadafi, “el de las veinte mil vírgenes”. Bien, no deja de ser interesante que 42 años después, Suiza considere oportuno que ese dinero no es precisamente legítimo. La velocidad de pensamiento nunca ha sido una característica de los políticos, pero en este caso, como en casi todo en esta vida subyacen otros intereses y problemáticas. ¿Esto es lo que conocemos como neutralidad suiza? En la Edad Media y sobre todo en el Renacimiento los mejores soldados y sobre todo mercenarios eran suizos, de ahí proceden el cien por cien de los soldados vaticanos. ¡Uy, qué mal suena eso!, los de la guardia… suiza. Decidieron luchar fuera, mantener sus territorios a salvo de luchas intestinas y asegurar, mediante la fingida neutralidad, su fortín, nunca mejor dicho. Les ha salido redondo porque mientras el resto del mundo luchaba, era invadido para obtener las diferentes riquezas, ellos y su neutralidad las guardaban bajo firme llave, exigiendo para ello el compromiso de no violación de sus territorios…
Y hasta hoy. No hay dictador, estadistas los llaman algunos ahora, que no se precie como tal, que no posea sus finquitas en las costas francesas, alguna islita, y un dinerillo ahorrado con el sudor y esfuerzo de toda una vida…, la de otros, que descanse plácidamente en algún paraíso fiscal, posiblemente caribeño, por lo diversificar más bien, y unas buenas y anónimas cuentas corrientes en la meca del servilismo y la discreción, Suiza. Eso debe venir en el manual del buen dictador y que todos cumplen a rajatabla, sean dictaduras de derechas, “fascistoides”, o de izquierdas, socialistas, como dice el perínclito y susodicho Muanmar el Gadafi. No nos engañemos, las dictaduras se ponen y se quitan, cuando y como se quiere, si bien es verdad que cuando se ponen suelen ser abanderadas por simpáticos revolucionarios, próceres pre-estadistas, probos hombres de bien, prohombres de intachable bonhomía, ninguna mención a sus brotes psicóticos, y cuando se van son dictadores inefables, genocidas locos, vamos, “hijoputas” integrales.
En los ínclitos Estados Unidos de las Américas están hartos de hacer prácticas que convalidan muchos créditos de libre disposición en los máster de empresas, grandes profesores ellos. Pero eso sí, siempre, siempre, y de manera inalterable los paraísos económicos, financieros, los ínclitos y discretos profesionales de lo monetario, los encorbatados y los lobbies, salen indemnes y su bula papal avalada por sus pecios organiza la siguiente apertura de puertas, para que al cerrarse también lo hagan los valores más puros que deberían de distinguir a los seres humanos”.

                Espero que hagais algunos comentarios, mientras tanto. ¡Salud y risas!

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